miércoles, 28 de mayo de 2008

El amor y la muerte


Afrontar el cáncer con lecciones que aprendí de mis parroquianos

Por Forrest Church (Trad. Francisco J. Lagunes G.)
UUWorld, Verano 15.05.2008

Sin título, © 2002 por Damon Brandt.

Grandioso, o no, mi sermón recurrente es rico en misterio. Una y otra vez, y vuelvo a habitar los temas del amor y la muerte.

Así lo hago ahora por razones personales. Luego de disfrutar de un año de buena salud, a finales de enero de 2008 me enteré de que mi cáncer regresó, ahora difundido por mis pulmones e hígado. No hay manera de edulcorar estas noticias. Debo afrontar la certidumbre de que mi cáncer es terminal, así como la gran probabilidad de que mi futuro se mida en meses, no en años.

Pese a que todas nuestras historias terminan a la mitad, con un gran montón de asuntos inconclusos apilados, me gustaría terminar mi historia, si pudiese, compartiendo lo que he aprendido sobre el amor y la muerte de los integrantes de la Iglesia Unitaria de Todas las Almas a lo largo de las 3 décadas pasadas en que tuve el privilegio de servir como su ministro. Una y otra vez, en los lechos de muerte de sus seres amados y reunidos en mi estudio, hemos luchado para exprimir sentido a la pérdida, hemos luchado por encontrar nuestro camino a través del Valle de las Sombras. Raramente he reconocido ante ellos (o incluso no me he dado cuenta, o no he reaccionado inmediatamente) su gran coraje y notable entendimiento cercano, que en ocasiones me ha proporcionado las mayores lecciones de vida.

Uno de los miembros de antiguo de la Iglesia Unitaria de Todas las Almas, Damon Brandt, compiló un despampanante libro de fotografías, una serie de retratos cándidos que tomó de su padre en su lecho de muerte, con enfermeras y familiares junto a su lecho o a la espera en habitaciones contiguas (véase su página 20). Se llama simplemente, Hospice [hospital dedicado a enfermos terminales], y está libre de adornos textuales, los conmovedores aunque nada sentimentales retratos de Damon tocan el corazón. ¿Por qué conmueve a quienes nunca conocieron al padre de Damon? Porque su muerte es nuestra muerte, también. Nunca estamos más cercanos que cuando consideramos con atención el gran misterio que late en el corazón de nuestro ser compartido.

Cuando en nuestros hogares mueren nuestro abuelos, padres o incluso nuestros hijos, la muerte se convierte en una presencia inevitable en nuestras vidas. Hoy, parapetados de la intimidad con la muerte tras las frías, mecánicamente invasivas y antisépticas salas de los hospitales perdemos el contacto con todo lo natural, e incluso sacramental, que la muerte puede ser. Si nos aislamos de la muerte perdemos algo precioso, un sentido de vida que conoce a la muerte, que eleva lo humano hacia lo humanista [DRAE: Doctrina o actitud vital basada en una concepción integradora de los valores humanos], que reconcilia al ser humano con la pérdida.

La palabra 'humano' tiene una etimología reveladora: humano, humanitario, humanismo, humildad [DRAE: Virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento], humus ['humus' es una palabra griega que quiere decir 'fértil', el humus es el barro fértil de la capa superficial del suelo, constituido por la descomposición de materiales animales y vegetales]. Polvo al polvo, el cemento de la mortalidad nos vincula a los unos con los otros. Todo sentido verdadero es sentido compartido.

He dicho que no me convertí en ministro hasta que no oficié mi primer funeral. Cuando la muerte llama a la puerta, como una brisa fresca, limpia nuestro ser de la pequeñez. Nos vincula con los otros. Más alertas a la fragilidad de la vida, despertamos de nuevo hacia lo precioso de ésta. Ser plenamente humanos es implicarse, y poner atención a la muerte determina la forma más elocuente de cuidado imaginable.

Cuando mueren nuestros seres amados una parte de nosotros muere con ellos. Cuando nuestros seres queridos enferman también sentimos dolor. Y todo ello es valioso y digno. Especialmente el dolor. El duelo y la muerte son sacramentos, o pueden serlo. Un sacramento [signo visible de lo sagrado] simboliza la comunión, el acto de reunirnos. Confortar a otra persona es ofrecerle nuestra fuerza. Consolar es estar con ella en su soledad. Conmiserarse es compartir su dolor.

El acto de liberar a un ser querido de toda futura obligación cuando yace en agonía —decirle que está bien, seguro, que le amamos y ahora puede irse— es el regalo más perfecto de la vida, la expresión final del amor incondicional. Dejamos ir una vida preciosa.

La adversidad no siempre suscita lo mejor en la gente. Pero la razón por la que esto sucede es porque la adversidad nos fuerza a trabajar dentro de límites trazados con demasiada estrechez. Todo lo que queda dentro de esos límites se acentúa. Recibimos como regalos cosas que tendemos a dar por hechas. Por un breve y bendito momento lo que más nos importa de verdad importa.

Y con todo, ¿cómo respondemos cuando tenemos una sentencia terminal? Con demasiada frecuencia: "¿Qué hice yo para merecer esto?"

Nada. La respuesta es, 'nada'. Contra todo presagio imaginable, se nos ha dado lo que no merecíamos en absoluto, el don de la vida, con la muerte como derecho por nacimiento.

A menos que cubramos con una armadura nuestros corazones, no podemos protegernos de las pérdida. Sólo podemos protegernos de la muerte del amor. Aunque sin amor, nada importa. Rompe tu vida en un millón de pedazos y pregúntate qué hay de verdadero valor que perdure luego de haberte ido. Cada uno de los pedazos que perduren llevará la firma del amor. Sin amor, sólo nos queda el constante dolor hueco del arrepentimiento, la vacuidad aparecerá en donde el amor debería haber estado.

Tal es la historia que se desarrolla, cuadro a cuadro, en el libro de Damon. Un hombre está muriendo. Le han sido dados unos pocos y dulces días para vivir. Su esposa e hijos le acompañan en su lecho de muerte. Recuerdan juntos cosas gratas. Se toman de las manos. Ríen. Lloran. Esperan. Sus corazones se estremecen con amor.

Frente a un diagnóstico terminal, por cierto, la única pregunta que vale la pena hacerse es "¿A dónde vamos luego?" Y parte de su respuesta debe incluir la palabra "juntos". Todos en el mundo sufren. Aunque no todos desesperan. La desesperación es una consecuencia del sufrimiento, solamente cuando la aflicción nos separa de otros. No necesita ser así. El mismo sufrimiento que lleva a una persona a perder toda noción de sentido puede fácilmente promover la empatía, la experiencia sentida del dolor del otro. La esperanza se entreteje en las líneas de vida que nos intervinculan. Como lo demuestra tan vívidamente el libro de Damon, ver nuestras propias lágrimas reflejadas en los ojos del otro es la más santa de las intimidades. Entramos en el reino sagrado del corazón, donde la cosa que no podrán quitarnos, ni siquiera con la muerte, es el amor que regalamos antes de irnos.

Las imágenes de Damon cuentan la historia más profunda de la vida. Y cada una porta el mismo sentido. La respuesta más elocuente al "no" de la muerte es el "sí" del amor.


Para que estemos aquí, en primer lugar, para que nos ganemos el privilegio de morir, más de un billón de billones de accidentes tuvieron lugar. Incluso que uno en un millón de espermatozoides se vinculara con un óvulo igualmente único no es nada si lo comparamos con todo lo demás que sucedió, desde el principio de los tiempos, hasta ahora para hacer posible que estuviéramos aquí.

Vaya lujo del que disfrutamos al interrogarnos sobre lo que sucede al morir, incluso sobre lo que sucederá luego de morir. Habiendo tomado millones de años para gestarnos, presentes en todo lo que nos precedió —admitiendo plenamente el dolor y la dificultad que implica estar realmente vivos, ser capaces de sentir y sufrir, de experimentar el duelo y morir— sólo podemos responder de una forma: con asombro reverente y gratitud.

Vemos poco del camino adelante, o del cielo arriba. Y el polvo que levantamos nubla nuestros ojos, y sólo nos deja breves interludios para contemplar las estrellas. Todo lo que podemos hacer, de vez en vez, es detenernos por un momento y mirar.

Mira. La mañana ha despuntado, y estamos aquí, ustedes y yo, respiramos el aire, admiramos el sol que se levanta al refractarse por estas magníficas ventanas translúcidas y bailar en motas de polvo sobre las bancas, llama nuestra atención, nos llama hacia el hogar.

Polvo al polvo.

Corazón al corazón.


Forrest Church

El Revdo. Dr. F. Forrester Church fue nombrado ministro de teología pública en 2007, por la Iglesia Unitaria de Todos los Santos en la Ciudad de Nueva York, en donde ha servido desde 1978. Colaborador frecuente de UU World, es autor de muchos libros, entre los que están: A Chosen Faith: An Introduction to Unitarian Universalism [hay traducción al español: La fe que hemos escogido, Skinner House] (con John Buehrens, 1993), So Help Me God: The Founding Fathers and the First Great Battle Over Church and State (2007), The Jefferson Bible (2000), The American Creed: A Spiritual and Patriotic Primer (2002), and Freedom from Fear: Finding the Courage to Love, Act, and Be (2004). Este escrito ha sido adaptado a partir de un sermón dado el 3 de febrero de 2008, en la Iglesia Unitaria de Todas as Almas en Nueva York. Su más reciente libro es: Love and Death: My Journey Through the Valley of the Shadow [El amor y la muerte: Mi jornada a través del Valle de las Sombras] (Beacon Press, 2008; $22).