viernes, 18 de julio de 2008

Asombrosa gracia

CLF/Quest Julio/Agosto de 2008


Por Edward Frost, ministro principal emérito, Congregación Unitaria Universalista de Atlanta, Georgia (Trad. Fco. J. Lagunes Gaitán)

Edward FrostVi al bailarín saltar y dar vueltas, cual si no pesara nada, sus movimientos no denotaban esfuerzo alguno. Lo hizo parecer tan fácil como si cualquiera pudiese hacerlo. ¡Yo podría hacerlo! La palabra que vino a mi mente al mirarlo de, desde luego, 'grácil', el arte de estar cómodos, y cada parte del todo perfectamente bien avenida y equilibrada. La comodidad aparente es engañosa. Tal vez uno ha alcanzado la gracia cuando subyacente no se nota. Al reflexionar, la complejidad, la disciplina por la que se logra la comodidad, se hace evidente. Cada músculo ha sido entrenado, cada movimiento practicado al punto del agotamiento. El artista ha dedicado la vida misma a llegara aun arreglo con la falta de comodidad, con el estado común de in-comodidad, con el desequilibrio. El artista se hace cargo del tiempo, de la acción, de sí mismo, confía en que tanto la acción como él mismo sean como uno. Y eso es la gracia.

La gracia, según la vemos, aparece tan simple, tan natural, tan "como debería ser". Al parecer la gracia debería ser nuestro estado común. Aunque sabemos que la gracia es poco común, un triunfo sobre la torpeza y el desconcierto, una victoria sobre la in-comodidad. La existencia humana,en su estado civilizado, es normalmente agraciada, armoniosa, o equilibrada, pero ante todo se contrapone consigo misma y con el universo. Lo humano está dividido contra sí mismo. La mente contra el cuerpo. La pasión contra la moderación. El pensamiento atrapa al sentimiento para negarlo. El espíritu contra lo material. Las exigencias civiles contra las virtudes privadas. La esperanza futura contra la experiencia pasada. Vivimos desconcertada y torpemente, en tensión, jaloneados por las oposiciones, en lucha por liberarnos, a veces nos rendimos a una tendencia, o a otra, con tal de apaciguar la tensión. Fue el humorista James Thurber quien dijo que justo al encontrar a nuestros corazones en un abrazo cercano descubrimos a nuestro pie atorado en el taburete del piano.

Cuando la palabra 'gracia' vino a mi mente al mirar al bailarín de ballet, mis pensamientos me llevaron a los canales de mi memoria para recordar mis días como estudiante de teología: de profesores grisáceos, con apariencia de personas sin-techo que mascullaban entre sus notas amarillas sobre el 'misterio de la gracia'. Pensé en el joven que era, un imberbe metodista estudiante para el ministerio que predicaba contra la "gracia barata" en la región maderera del norte de Maine, un predicador bien intencionado del evangelio renunciaba a la doctrina de la gracia, abandonaba al Padre, Hijo y Espíritu Santo, al alzacuellos de clérigo, al obispo, la santa comunión, y huía hacia la entonces imaginada simplicidad del unitarismo y a la libertad de la dulce razón sin mácula de misterio.

La gracia había sido una de mis herramientas profesionales hasta que la dejé de lado en favor de la maquinaria modernista, de una religión más aerodinámica y simplificada sin lugar para componentes dificultosos tales como la 'gracia' y la 'salvación', que requerían de demasiado tiempo para pensar sobre ellos, demasiado pensamiento, tal vez se trataba de que requerían de demasiada confianza y fe para su manejo.

Así que incurrí en la prédica de 'cómo ser feliz', en línea con el más reciente libro popular de sicología, y, aquí y allá, hice algunos llamados inocuos para preservar alguna u otra parte del mundo, lo que nos hacía sentir buenos y nada cambiaba. Pero esto no podía durar. La religión, como lo dijo Channing, lo es todo o no es nada. La verdadera religión tiene que ver con las cosas últimas. necesitamos decidir qué cosas son de interés pasajero, qué cosas son del momento, y cuáles son, en nuestra existencia personal y comunitaria, últimas e ineludibles. La gracia, entonces, volvió al vocabulario de mi existencia a través de la gracilidad del bailarín, pero llegó acompañada de lenguaje teológico —un equipaje necesario para clarificarla.

La gracia, en la tradición cristiana, ha parecido ser algo tan escaso que su evidencia ocasional en un ser humano ha ameritado una explicación sobrenaturalista. Lo que quienes elaboraron la doctrina cristiana vieron en la humanidad en general no fue la comodidad y la armonía de la gracia, sino justo lo contrario. Lo que vieron en la humanidad fue el caos, lo que llamaron el "pecado". Se asumió que la humanidad una vez habría tenido la posibilidad de una existencia en la gracia, de una vida sin caos, sin pecado, pero que habría perdido esa posibilidad merced a la caída de Adán. Con "la caída de Adán", bordaron la pieza de "todos hemos pecado". La humanidad, a través de la desobediencia de aquellos primeros padres fabulados, habría de vivir despojada de la gracia, torpemente, en conflicto y alienación de sí misma, con Dios y la naturaleza. Lo que sería decir que, debido al hecho de haber devorado apresurada y furtivamente un fruto prohibido, por siempre hemos vivido en la carencia de gracia.

Jesucristo, según la doctrina cristiana, era 'la nueva dispensación' [suele llamarse 'dispensación' al método, sistema o programa según el cual Dios llevaría a cabo sus propósitos hacia el hombre], o 'el nuevo Adán'. A través de él, la gracia —la salvación— habría llegado a los seres humanos como un regalo inmerecido de parte de Dios. Los seres humanos, según esta doctrina, no pueden hacer nada para ganarse o merecer el regalo de la gracia de Dios. Fue un regalo de amor. "Pues Dios amó tanto al mundo" dijeron, "que dio a su Hijo único".

La gracia, en términos cristianos tradicionales, es el don inmerecido de Dios que no ha sido ganado por el que la gente se eleva desde una vida de pecado, y se le anuncia una vida de fe en la que vive y actúa consistentemente con la fe. Se conocen por su fe y obras quienes viven en la gracia.

¿Pero qué ha de significar la gracia para quienes dudan de este Dios que nos alcanzaría desde tan lejos y fuera del mundo, e impondría su don de salvación del pecado sobre una humanidad que no lo merecería? ¿Habría gracia para los humanistas, los agnósticos, y los ateos —o para los teológicamente híbridos unitarios universalistas? En los términos tradicionales, la gracia es el antídoto al estado de pecado. "Amazing grace…that saved a wretch like me" (Asombrosa gracia... que salvó a un vil miserable como yo). ¿Necesitamos esta salvación del pecado?

No me refiero con 'pecados' a hacer cosas malas tales como, mentir, engañar o robar. Por 'pecado' me refiero a un estado del ser, a un estado en el que somos menos de lo que podríamos ser, en el que nos quedamos cortos respecto a nuestras posibilidades, un estado en el que vivimos en discordia, en el que nos encontramos, para ponerlo de manera simple, des-gracia-dos.Vivir en pecado es vivir una clase de existencia torpe, inconveniente, no agraciada debido a que sería demasiado barata, demasiado avariciosa, o a que seríamos demasiado cobardes para saber qué es el bien y para hacerlo.

Este estado de 'pecado', este estado del ser en el espacio intermedio entre lo que somos y lo que podríamos ser, nos conduce a buscar comodidad y alivio en lugares extraños, ser 'libre' al costo de la libertad verdadera, tener respuestas, no importa cuán facilonas, que resolverán los conflictos de nuestro ser. Emerson nos precavió de dejar de lado nuestra razón (la que, según dijo, es nuestra unidad con Dios) y de negar nuestro intelecto, el medio de conocer esta unidad. Dejamos de lado la razón y el intelecto por la gracia barata, los falsos dioses y los profetas orates. El estado de in-comodidad, de discordia, impulsa a muchos cultos, a los gurús y los juegos mentales del momento, a las pseudofilosofía y pseudosicologías, a toda clase de dogmas unilaterales y al fanatismo.

El teólogo unitario, James Luther Adams, dijo que la existencia humana "queda siempre comprendida entre el hecho y el acto responsable". Esto es, que somos responsables por lo que hacemos con lo que tenemos.

Tenemos lo que está dado en el momento de nuestro nacimiento en cuanto al lugar, la sociedad, y la cultura. Tenemos lo que está dado por nuestras limitaciones y posibilidades genéticas. Y tenemos la doctrina cristiana sobre la 'voluntad de Dios' y lo que simplemente llamo el 'Misterio'. Lo que es decir que al sumar todo lo que tiene que ver con hacernos quienes somos, encontramos que somos más que la suma de las partes.

El bailarín es más que un técnico experimentado. La danza es claramente más que aprender a mover el propio cuerpo, así como la música es más que saber en dónde están las notas y la poesía más que hacer rimas. Lo que vemos en el arte y en la belleza requiere de una palabra especial. Esa palabra es la gracia. La palabra 'gracia', aliviada de su viejo equipaje tradicional, es aun necesaria para describir ese estado del ser que es más que unas meras técnicas habilidosas para vivir.

Baryshnikov se mueve, actúa y baila con confianza en su habilidad, debido a que la ha practicado, y la ha practicado en la confianza y en la aceptación de que, cualesquiera que pudiesen ser las otras realidades vitales, lo que hace es bello, bueno y verdadero. Confiar en el contexto —el lugar en el que debemos vivir nuestras vidas—, confiar pese al caos y la tragedia, en vez de vivir aterrorizados por lo que no hemos hecho y no podemos controlar —esto es vivir graciosamente.

Aceptar lo que está dado en nuestra experiencia personal y actuar responsablemente, resueltos y con un propósito, con confianza, esto es lograr y experimentar un estado de gracia, un ser grácil. Aunque no he conocido a nadie que haya vivido de una manera plenamente grácil que no haya luchado para vivir de esa forma, luchado para aprender del dolor que no tiene sentido, y asumido el costo de liberarse y permitirse ser.

Pero, se los aseguro, hay gracia. La he sentido rodearme en ocasiones, restaurarme, y bendecirme con una a visión transitoria de armonía y equilibrio. No creo que la gracia sea un don impuesto a nosotros desde arriba. Creo que la gracia es una invitación permanente, el universo extendido como una mano contra la que chocamos, hasta que finalmente somos capaces de descansar sobre ella.

[Vínculo a artículo de Wikipedia sobre el himno aludido en el título: Amazing Grace de John Newton, publicado en 1779]

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