viernes, 29 de febrero de 2008

Tres anhelos universales (De Tu Ministra de la CLF)

Quest/CLF, marzo de 2008

Trad (Fco. J. Lagunes Gaitán)

Por Jane Rzepka, ministra principal, Iglesia de la Fraternidad Mayor (CLF)

Jane RzepkaTarde o temprano, puesto que somos humanos, nuestras almas y espíritus experimentan el dolor. A veces el dolor se decanta como anhelo; a veces, bien abajo de nuestra vivencia cotidiana, sólo sentimos los indicios de un suave anhelo, pero aun así, en alguna parte interior, con el tiempo, sentimos el dolor de la gente en todas partes.

Se supone que la religión está para ayudar con esto. Ciertamente, resulta fácil para la religión llegar apresuradamente rebosante de celebraciones, ¿pero acaso no puede reconocer los momentos difíciles? Quiero mencionar tres de estos anhelos universales:

El primero, según me parece, es que hay una parte de cada uno de nosotros que quiere recibir cuidados y atenciones, saber que se nos brindarán. Me refiero a la seguridad en su dimensión más básica. Valoraríamos positivamente saber con seguridad, por ejemplo, que nunca hemos de padecer hambre, incluso si llegamos a estar muy viejos, muy enfermos o muy desafortunados. Y si vamos más allá del dolor, hasta saber que estaremos bien, ponemos al descubierto nuestro interés por la gente que amamos, y la gente del pasado, del presente y del futuro que no tiene y nunca ha de tener ni una fracción de lo que necesita.

En segundo lugar, nadie de nosotros está feliz consigo mismo todo el tiempo. Y la otra gente tampoco está siempre feliz con nosotros. Así son las cosas. Para todos y cada uno. Cuán agradable sería que una presencia cósmica —o incluso una persona de confianza— nos tranquilizara cada noche al irnos a dormir y nos dijera que pese a que le dimos la espalda a alguien que amamos, o aunque hayamos criado niños que nos decepcionaron, incluso si traicionamos terriblemente a alguien, o aunque no tengamos la posibilidad de cumplir lo que prometimos —y a pesar de todo ello— ¿no sería genial que nos aseguraran que somos perdonados y amados? Y de la misma manera, ¿no sería maravilloso si cuando alguien nos desatiende o nos decepciona, nos lastima, o no cumple con nuestras expectativas pudiéramos encontrar una forma de seguir adelante? Un segundo anhelo común es ser capaces de perdonar y ser perdonados.

Una tercera clase de dolor es el miedo a derrumbarse frente a las tribulaciones de la vida. No tenemos ninguna idea de lo que nos espera adelante. Vemos la tragedia descabellada y la ambigüedad moral que nos rodea. Si el desastre (o el siguiente desastre) o la tentación se presentaran en nuestro camino, ¿podríamos resistirlos? ¿Tendremos lo que se necesita para afrontar la crisis con fortaleza de carácter, valor y gracia?

El hecho es que nunca estamos verdaderamente seguros en la vida. Ni nosotros ni la gente que nos rodea estaremos a la altura de nuestras expectativas, y la vida puede requerir de nosotros que afrontemos más de lo que creemos que podemos soportar. Tristemente, así son las cosas. Y es una noticia vieja, muy vieja.

Holding CandleLa plegaria conocida como el Padre Nuestro, o la plegaria de Jesús, hace tres peticiones: de pan, de perdón y de fuerza, los tres anhelos intemporales arriba mencionados. "Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal." [En una versión literal: "Nuestro pan del mañana dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, que también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos dejes ceder a la tentación, sino líbranos de lo malo." N del T] Resulta que al paso de las eras, los humanos nos hemos ocupado de ser humanos en comunidad, y vaya que merece la pena contemplar esto con detalle: los sentimientos expresados en esta sección del Padre Nuestro son compartidos en alguna medida por todos nosotros hoy.

Sin duda, los unitarios universalistas tienen una amplia variedad de respuestas a toda la plegaria del Padre Nuestro. Para algunos, se trata de un recurso espiritual central. Otros podrán estar en desacuerdo con las palabras que usa, pero aman su sonido. Otros objetaran las imágenes exclusivamente masculinas que se incluyen en la mayoría de las traducciones, mientras que para otros estas palabras están asociadas a recuerdos miserables de una infancia en la que tenían que recitar esas palabras, y aun otros encuentran que esta plegaria no tiene ningún significado para ellos. En mi caso, no me crié en el conocimiento de esta plegaria, y pese a que personalmente no puedo imaginarme abrazando completamente una plegaria que inicia con imágenes antropomórficas semejantes y con un enfoque pasivo hacia la vida, valoro positivamente la vinculación que siento con un pueblo antiguo que sentía la necesidad de pan, de perdón y de fortaleza.

Hasta donde sabemos, Jesús creyó en la oración espontánea desde el corazón. Él no habría reconocido la evolución litúrgica y la traducción que resultó en "Padre nuestro, que estás en el cielo" [Versión literal: Padre nuestro del cielo], y en, "Tuyo es el reino, el poder y la gloria por siempre Señor" [Versión literal: Tuyo es el Reinado, tuyo el poder y la Gloria, Eternamente.]. Pero probablemente habría reconocido las necesidades humanas detrás del cuerpo de la plegaria.

Este mes los cristianos reconocen la Pascua (la Semana Mayor): el Viernes Santo y el Domingo de Resurrección , y en el espacio de tres días reconocen el peor y el mejor de los momentos. He aquí una religión que realmente incluye el ámbito amplio de la experiencia humana. ¿No es ese acaso el trabajo de la religión?

Los unitarios universalistas tienen mucha libertad en cuanto a la expresión religiosa, y la época de la Pascua no es la excepción. Reconocer los momentos difíciles y los gloriosos, sea a través de imágenes de la muerte del otoño y de la nueva vida en primavera, la luz que mengua después del solsticio de verano, o la muerte y regreso a la vida de Jesús es una tarea para todos nosotros. Y es hora de realizarla.


Versión MP3 en inglés

jueves, 28 de febrero de 2008

Perfil de miembros de la CLF: Sue Burke y Jerry Finn

Quest/CLF, marzo de 2008

Trad (Fco. J. Lagunes Gaitán)

Por Dan Kane, ministro asistente de la Iglesia de la Fraternidad Mayor (CLF)

Sue Burke and Jerry FinnSue Burke y Jerry Finn

"La mayoría de la gente aquí en España no puede entender para nada el unitarismo universalista", dice Sue Burke, "aunque pienso que también es difícil para la mayoría de la gente en los Estados Unidos".

Sue nació y se crió en Milwaukee, Wisconsin, en una familia no-religiosa, pero a mediados de sus veintitantos sintió la necesidad de una espiritualidad organizada en su vida. Luego de alguna investigación, descubrió el unitarismo universalista. Muy pronto se unió a la Primera Sociedad Unitaria de Milwaukee, en la que llegó a servir en la mesa directiva.

Su esposo, Jerry Finn, también de Milwaukee, tuvo una crianza católica que posteriormente rechazó. Llegó a ser UU al casarse con Sue in 1992. Incluso antes de casarse, querían vivir en el extranjero para tener la experiencia de vivir otra cultura. La única lengua extranjera que hablaban era el español, así que aprovecharon la oportunidad de mudarse a Madrid en 1999, pese a que nunca antes habían estado en España. Primero se unieron a la Iglesia de la Fraternidad Mayor (CLF), dado que no había iglesia UU disponible en Madrid.

Algunas cosas no cambiaron con el traslado. Él aun trabaja en computación y ella como escritora (puedes leer algo de su trabajo en: www.sue.burke.name). Pero les quedaba mucho por aprender en cuanto a la vida en España, como una programación diferente de las actividades diarias, comida diferente, vivir sin auto, y asimilar un idioma extranjero. Con el paso de los años, las diferencias culturales se han vuelto más claras.

"La gente es muy católica aquí", dice Jerry, "incluso los ateos. Su historia religiosa permea cada aspecto de su cultura, incluso de su lenguaje. Si dices que no te sientes muy católico hoy, quiere decir que no te sientes del todo sano. La mayoría de la gente no puede imaginar una iglesia sin un ser sobrenatural y una teología establecida que haga una separación tajante entre 'nosotros' y 'ellos'".

Sue y otros UU de los Estados Unidos se organizaron junto con algunos españoles en Madrid para formar la Asociación UU de Madrid (AUUM) que ofrece servicios mensuales, aunque el crecimiento ha sido lento. "Luego de siglos de vivir una creencia religiosa impuesta obligatoriamente desde el estado, la gente quiere libertad religiosa", dice Sue, "pero eso no significa que quieran cambiar su religión —simplemente quieren tener la posibilidad de escoger libremente no cambiar".

"Eso está bien", dice Sue. Ella y Jerry vinieron a aprender sobre España, no a juzgar. Y esto es lo que le gusta a ella de ser UU, en cierta forma. "No hay una teología establecida, ni un 'ustedes' y 'nosotros', así que puedo aprender de otras creencias sin tener que juzgarlas como 'verdaderas' o 'falsas'", dice ella. "Soy atea, pero para mí se trata de una cuestión de fe. No puedo probar que mi creencia sea la verdad, pero no siento que deba hacerlo, y los católicos no tienen que probarme nada tampoco, puesto que como UU he aprendido que las fes diferentes pueden coexistir, y que cada una se beneficia por la presencia de la otra".

Con todo, se siente cierta soledad al estar lejos de una congregación UU activa grande. Ella participa en varios grupos de Internet de la Iglesia de la Fraternidad Mayor (CLF). "Creo que la fe debe ser una práctica diaria, y valoro contar con una poca de fe diariamente en mi buzón electrónico".

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miércoles, 27 de febrero de 2008

Reflexiones sobre la pacificación como disciplina espiritual

Quest/CLF, marzo de 2008

Trad (Fco. J. Lagunes Gaitán)

James Ishmael FordPor James Ishmael Ford, sensei Zen y ministro, Primera Sociedad Unitaria en Newton, Massachusetts.

Puede que ya sepas que tenemos una convención anual de congregaciones unitarias universalistas, llamada la Asamblea General. Sirve para una variedad de funciones, pero una es destacar un tema importante a discutir, para invitar a reflexionar a nuestras diversas congregaciones y tal vez a emprender algún curso de acción. A veces esto toma la forma de una declaración de conciencia. Y a veces toma la forma de un plan de estudio / acción, en el que la discusión del asunto se apoye, con informes, guías de estudio, y recursos similares. Los resultados se publican y frecuentemente se envían a otros actores relevantes fuera de nuestra denominación, incluso a gobiernos y líderes gubernamentales. Pese a que somos una comunidad fieramente no basada en credos, resistente a subscribir cualquier autodefinición, al considerar aquello en lo que ponemos nuestra atención, creo que uno puede ver algo sobre quiénes y qué somos, así como qué aspiramos a ser. Por ejemplo, nuestra primera declaración pública que llamaba a detener la persecución de las personas homosexuales data de 1970. Entre las comunidades religiosas sólo nos precedieron en esta cuestión de justicia social los cuáqueros. A lo largo de los años hemos reflexionado y tomado acción sobre los derechos de las mujeres, la libertad religiosa, los derechos de la juventud, la justicia penal, la ecología, y, una y otra vez, sobre asuntos relacionado con los conflictos internacionales y la guerra.

Ahora la cuestión que se ha puesto a nuestra consideración se presenta bajo el encabezado general de la "pacificación". El proceso de estudio / acción nos invita a reflexionar sobre cómo podemos elegir involucrarnos en asuntos de la guerra y la paz, para considerar cuáles podrían ser nuestras teologías (esta es una palabra en plural, desde luego), y si habremos de emitir una declaración colectiva sobre la guerra y la paz. Somos invitados a considerar un cierto número de asuntos, incluso si es que habría o podría haber una teoría en la tradición UU en cuanto a qué, si es que algo, constituiría una guerra 'justa' o 'necesaria', o si debiéramos hacer una declaración contra cualquier forma de violencia, convertirnos efectivamente en una iglesia de paz, sumándonos a las iglesias de los Amigos, los Menonitas, los Anabautistas y otras semejantes.

Aunque me parece seguro asumir que todos estamos en favor de la paz, las realidades de la pacificación —y las situaciones que nos convocan a hacer la paz— casi nunca son simples. Sugiero que con frecuencia somos conducidos por urgencias que escasamente discernimos dentro de nosotros —apetitos, temores y deseos. Somos como el Príncipe Árjuna, héroe del clásico hindú, el Bhagavad-Gītā, quien al seguir su divino destino, llevó el cumplimiento del deber lisa y llanamente hacia una devastadora guerra fratricida. Es una historia en la que he pensado mucho a lo largo de un gran trecho de mi vida. El Gītā trata de muchas cosas, algunas muy importantes para mí, pero una es una historia de violencia inevitable. Aceptar este relato implica asumir que la violencia es el núcleo de nuestra condición humana.

Al pensar sobre la violencia y cómo tratar sobre ella, vienen a mi memoria dos incidentes particulares en mi vida. El primero me sucedió cuando tenía unos 11 ó 12 años. Un abusón golpeaba a mi hermano y le golpeaba brutalmente la cabeza en el suelo. Corrí hacia ellos, así al chico, lo jalé y le propiné un golpe en la cara con toda la fuerza de que era capaz. Le salía sangre de la nariz a borbotones, se alejó mientras lloraba y sangrabas profusamente. Yo me regocijé. Sentí que había cumplido mi deber con mi hermano; una sensación de poder corrió por mis venas, como el vértigo de una droga cuando llega al torrente sanguíneo.

El segundo sucedió años después; tenía poco más de 20 años y me quedaba con mi hermano en la casa de mi madre. Apenas acababa de dejar el monasterio budista y mi pelo rapado apenas asomaba de nuevo. Un día por la tarde, mi madre regresaba del trabajo, llena de sangre. La acababan de atracar y la golpearon violentamente cuando trató de resistirse a entregar su bolso, que, como sucede frecuentemente con la gente más pobre, contenía todo el dinero que ella tenía. Mi hermano estaba fascinado con las armas de fuego. Así que tomamos una pistola y un rifle de su colección caminamos por una calle de Oakland mientras obscurecía. De verdad queríamos encontrar a ese tipo.

Por fortuna, no encontramos a nadie parecido a quien agredió a mi madre. Bien podríamos haberlo matado. Podríamos haberlo matado, o ciertamente herirlo terriblemente. Tan sólo unas semanas fuera de las paredes del monasterio y todo lo que podía sentir era una ira roja sangre que estrechaba mi enfoque con un cegador deseo de venganza. Ahí estaba, enganchado, como un pez que se había tragado la carnada.

Un diluvio de pensamientos y sentimientos siguió al considerar estas cosas. Mencionaré 3. La primera, es que los seres humanos son violentos y siempre capaces de cosas terribles. Al menos yo lo soy. Nuestros ojos dirigidos hacia delante y los dientes incisivos en nuestras bocas son señales de predadores. Hasta cierto punto, la biología es destino. La segunda, tan peligrosa como es, es que pienso que tenemos un derecho, al menos una necesidad profunda, de autodefendernos. Yo mataría por proteger a mi madre, a mi esposa o a mi tía. Pero, también, y es mi tercera idea: la violencia es un monstruo que devora a sus hijos. Para cuadrar la metáfora, diría se trata de una espada que, siempre que sea posible, será mejor que siga envainada.

Encuentro, en ese conocimiento de mí mismo, una cosa más. Para los humanos, la biología no es completamente destino. No tengo que actuar necesariamente de una sola forma. No es fácil. Simplemente tratar de comer menos y de perder algo que peso, sé que es difícil cambiar un hábito de toda la vida; pero puedo hacerlo. No tengo que seguir a Árjuna por esa abierta y terrible guerra. Mi biología, nuestra biología humana, nos da alguna libertad —una capacidad, si ponemos atención, para decir sí o no, para actuar o para abstenerse de actuar. Somos el animal que puede escoger.

Dicho esto, hay cosas que suceden y que debemos responder. ¿Había otra manera de afrontar a al abusón que golpeaba a mi hermano? Ciertamente, ¿pero justo en ese momento, con los puños agitados, la cabeza de mi hermano que rebotaba en la acera y sin adultos alrededor que pudieran intervenir? Y aquella otra situación en que nunca debimos habernos visto envueltos yo y mi hermano al caminar armados por esa calle de Oakland. Eso fue una locura. Y abre preguntas reales sobre las responsabilidades comunitarias. Ese era un vecindario pobre que se hundía en la desesperación. Mi madre no era la única persona que había sido objeto de asaltos o cosas peores. Pero no había testigos oficiales, tanto para esos ataques, como para mí y mi hermano yendo armados por la calle.

Aunque he hablado sobre mi vida personal, pienso que todo lo que he dicho hasta ahora también puede extenderse a nuestras vidas en común, a la manera en que interaccionamos los unos con los otros, a cómo vivimos como ciudadanos de esta nación, a cómo somos parte de la familia humana, desde luego, y de la familia de la vida misma. Justo ahora pienso principalmente en aquellos de nosotros en los EUA como nación. Como gente que no estamos destinados irremisiblemente a actuar de una u otra forma. Tenemos fuertes inclinaciones —a veces podría sentirse como si estuvieran instaladas materialmente en nuestro ser. Pero en la medida en que podemos elegir nuestras acciones como individuos, así como en el caso de las naciones, la historia no esta necesariamente avocada a ser el destino. Al involucrarse concientemente, al escoger una o la otra, algunas puertas se cierran, otras puertas se abren y las vidas cambian.

La consecuencia es que no hay un remedio simple para el sufrimiento que afrontamos en el mundo. Nuestros problemas tienen 10 mil causas y, por lo tanto, hemos de buscar muchos remedios. Hay un método para mirar honestamente dentro de nuestros propios corazones con el que es necesario empezar. "Que haya paz en la tierra, y que empiece conmigo", no es un eslogan vacío. Sin embargo, el mundo es dinámico, y las situaciones específicas claman por respuestas únicas. Así que, en cuanto a la cuestión de la paz y la guerra, sugiero que puede haber un lugar para la perspectiva de la guerra justa.

Nuestros hermanos y hermanas católicos han pensado mucho sobre esto y han obtenido algunas reglas que tienen sentido para mí. La guerra debe ser sólo un último recurso. Debe tener un propósito específico y justo, y sólo debe emprenderse si hay una posibilidad razonable de éxito. Debe quedar de manifiesto que es muy probable que nos lleve a una situación mejor que la que habría sin guerra; la violencia ha de ser necesariamente proporcional; y deben hacerse todos los esfuerzos para evitar dañar a quienes no sean combatientes.

Estos criterios no abrirían la puerta con mucha frecuencia a la guerra; la espada sería sólo excepcionalmente sacada de su vaina. Me parece que el mayor peligro aquí es la asombrosa capacidad que tenemos los humanos para justificar lo que queramos hacer. Pienso en mí mismo y en mi hermano al caminar por las calles mientras blandíamos un rifle y una pistola. Nuestra capacidad para el autoengaño es increíble. La alta retórica ha justificado muchos actos malvados a lo largo de los años. Y, desde luego, está ese irritante principio de las consecuencias inesperadas. Dejas que salga la espada, y no sabes, no puedes saber, a quién cortará. Sin embargo, y con estas graves advertencias, me impresiona el pensamiento católico sobre la guerra justa, y creo que si consideramos honestamente quiénes somos y quiénes queremos ser, necesitamos considerar seria y racionalmente que la violencia proporcional al servicio de la justicia es defendible.

Aunque, por otra parte, también estoy profundamente impresionado por los principios de la no-violencia de Mohandas Gandhi. Si la biología no es necesariamente destino, entonces ¿cuáles son las mejores esperanzas de nuestra vida? ¿A qué debemos realmente aspirar? Pace e Bene, un grupo de paz interreligioso, resume prístinamente los principios de Gandhi de maneras que se empatan, en su mayor parte, con las sensibilidades UU.

Este camino abre una alternativa que no significa que no habrá violencia, y que reconoce que podría haber ocasiones en las que la violencia podría ser la única respuesta. No obstante, se trata de un llamado a la disciplina espiritual que puede alterar nuestros propios corazones, los suyos y el mío, si lo emprendiéramos como la promesa de nuestras vidas. Es el camino de la sanación, el camino de la pacificación, de los hacedores de paz. Helo aquí —8 lineamientos para la transformación:

Primero: necesitamos reconocer que toda la vida es una. El principio de la sabiduría es hacerse cargo del terrible hecho de que todos estamos vinculados, no como un ideal difuso, sino como nuestra más íntima verdad. Segundo: tenemos que ver que todos tenemos algún acceso a la verdad, y de que todos estamos también, en uno u otro grado, engañados. Tercero: somos más de lo que hacemos. Cuarto: lo que hacemos y nuestros medios deben ser consistentes con nuestros objetivos. Quinto: necesitamos celebrar, tanto nuestras diferencias, como nuestras similitudes. Sexto: somos más sabios cuando evitamos pensar por oposiciones, tales como 'nosotros' contra 'ellos'. Séptimo: de nuestra investigación de lo que significa la unidad, descubrimos un deseo por el bienestar de todos. Y octavo: debemos recordar que siempre la jornada no-violenta, el camino de la pacificación, es un proceso, una vía de transformación, un movimiento desde el miedo hacia el amor.

¿Acaso no es esto parte de nuestro pacto unitario universalista: estar los unos con los otros, permitirnos cambiar y ser cambiados por los otros, y que incluso nuestra presencia puede cambiar al otro?

¿No es maravilloso, aunque algo intimidante?

¿No es aquello para lo que estamos llamados?

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martes, 26 de febrero de 2008

Quienes creemos

Quest/CLF, marzo de 2008

Trad (Fco. J. Lagunes Gaitán)

Alicia Roxanne FordePor Alicia Roxanne Forde, ministra de la Congregación Unitaria Universalista Namaqua, Loveland, Colorado.

Luego de la muerte de Jesús, de acuerdo al Evangelio de Marcos (16.1-8), la siguiente parte de la historia de la Pascua prosigue así:

Pasado el sabbat, María Magdalena, María la madre de Santiago, y Salomé, compraron perfumes para perfumar el cuerpo de Jesús. Y el primer día de la semana, fueron al sepulcro muy temprano, apenas salido el sol, diciéndose unas a otras:

—¿Quién nos quitará la piedra de la entrada del sepulcro?

Pero, al mirar, vieron que la piedra ya no estaba en su lugar. Esta piedra era muy grande. Cuando entraron en el sepulcro vieron, sentado al lado derecho, a un joven vestido con una larga ropa blanca. Las mujeres se asustaron, pero él les dijo:

—No se asusten. Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el que fue crucificado. Ha resucitado; no está aquí. Miren el lugar donde lo pusieron. Vayan y digan a sus discípulos, y a Pedro: 'Él va a Galilea para reunirlos de nuevo; allí lo verán, tal como les dijo.'

Entonces las mujeres salieron huyendo del sepulcro, pues estaban temblando, asustadas. Y no dijeron nada a nadie, porque tenían miedo.

Imagina su sorpresa...
Quién quitará la piedra por nosotras...
¿Puedes verlo?
María Magdalena, María la madre de Santiago
y Salomé con perfumes para su cuerpo.
Un cuerpo una vez vibrante de vida, una vez lleno
de pasión por una clase radical de justicia,
que enseñó la promesa del Reinado aquí en la tierra.
¿Qué pensarían?
¿Creerían que él estaría todavía allí,
luego de tres días y tres noches?
¿Acaso yacería quietamente, sin aliento…sin pasión?

Quién quitará la piedra por nosotras...

¿Qué creyeron ellas al ver a ese joven
vestido de blanco…
tranquilo y sereno a la entrada de la tumba vacía?
¿Y qué les dijo?
No se asusten.
Ustedes buscan a Jesús de Nazaret,
el que fue crucificado.
Ha resucitado;
no está aquí.
…Vayan y digan a sus discípulos, y a Pedro que él va a Galilea.
No se asusten,
no está aquí.
¿Y qué hicieron ellas?
María Magdalena, María la madre de Santiago,
y Salomé?

El escritor del Evangelio de Marcos dice:
Salieron huyendo…pues estaban temblando y asustadas.
Y no dijeron nada a nadie, porque tenían miedo.

No le dijeron nada a nadie.
Nada.

¿Que fue lo que creyeron —que no dijeron
nada?

¿Supones que esperaron?
¿Acaso supones que volvieron a hablar entre ellas
sobre ese día?
Algo tan tremendo
sucedió y ellas
estaban en silencio...
¿Qué creyeron?

¿Acaso basta irse y no decirle a nadie,
para guardárselo para ellas mismas?
Asombradas en silencio...
Algo tremendo sucede.

No podemos permitirnos quedarnos en silencio,
para no decir o hacer nada.

El joven vestido de blanco
no les dijo:
"Vayan y esperen una señal."
No les dijo:
"Vayan y no digan nada."
No les dijo:
"Vayan y asómbrense, pero teman."
Les dijo: "Vayan y digan."

Vayan y digan.
Y tal vez creamos que no nos hablaba a nosotros
hablaba a nosotros.
No podría ser así.
Pero mira, creo que sí lo hizo.
Nos habló a nosotros. Aquí y ahora.
Al decir:
"Vayan y digan."
Vayan y pongan en práctica.

Jesús fue, perseguido,
Y, de acuerdo al escritor del Evangelio de Marcos,
se levantó al tercer día y
siguió compartiendo
las buenas nuevas:

La injusticia no tiene que
triunfar,
si creemos en decir la verdad al poder,
si ponemos en práctica:
el Amor al mundo,
amar a alguien que no lo merece,
practicar la resurrección.

Peace CircleEl evangelio es literalmente las buenas nuevas.
No puede terminar en el silencio.
El cumplimiento de esas buenas nuevas
depende, en parte, de nosotros.
Sí, de nosotros los unitarios universalistas.
Depende de nosotros preguntar y responder:
¿Qué podría requerirse de nosotros en el camino de hacer la justicia en esta comunidad?
¿Y en cuanto a ser agentes de amor y de misericordia?
¿Y para caminar más humildemente con nuestros vecinos?

Depende de nosotros profetizar,
depende de nosotros evangelizar...
Da miedo, ¿no es verdad?
Aproximarse a situaciones sin vida
con asombro:
¿Quién ayudará…a quitar las piedras
de la desesperación, la injusticia y la apatía?
Y una vez que no estén esas piedras…
quienes creemos
—quienes venimos a ser libres,
quienes venimos a encontrar consuelo,
quienes venimos a encontrar sabiduría,
quienes venimos a encontrar una
comunidad compasiva con
sus momentos d elucha
debemos decir.
Decir.

El ministro UU Robert Karnan dice:
"Casi nunca un alma busca y se une
a una congregación porque distribuya canastas con
alimentos gratuitos o porque cuente con una gran red valiosa
o posea un gran edificio o cuente con
la asistencia de
miles de personas."
No nos reunimos, dice, con la idea en
mente de lograr el equilibrio presupuestal...
No venimos a adorar, para arreglar sistemas de sonido, ni para
crear espacio de almacenamiento...

"Venimos porque creemos
algo
tremendo y tiene lugar la
dación de vida."

Así que vayamos….

Digámoslo sin miedo, sin preocupación,que creemos,
que nuestra fe,
nuestra comunidad, cuenta.
Es un lugar de espíritu,
de perdón,
de compasión,
de poderosa y perdurable amistad.

Nuestra comunidad de fe es una de
valor y amor transformador

Un lugar en el que podemos afrontar los momentos de nuestras
vidas con honestidad.

Digamos
que aquí se trata de liberarnos del miedo;
se trata de dar profundidad a nuestros corazones
a aquellos con quienes de verdad quisiéramos
compartirlo.

Digamos
que nuestra tarea desatar las fuerzas del amor
y la justicia que pueden dar, tanto miedo, como placer.

Digamos que creemos en la resurrección.

No basta ver y creer y quedarse callados.
Si has experimentado y creído en el poder transformador del
amor que vive y respira en medio de tu comunidad de fe,

Ve, dice el escritor del evangelio, y dilo.


Versión en MP3 en inglés

Una reflexión de Thoreau

Henry David Thoreau



No sólo seas bueno; sé bueno para algo.

~Henry David Thoreau (1817-1862)




miércoles, 13 de febrero de 2008

Darse a conocer en Texas

Quest/CLF, Marzo de 2006
Trad (Fco. J. Lagunes Gaitán)

[Homilía dada en el Servicio de Adoración de la Iglesia de la Fraternidad Mayor (CLF), en la Asamblea General de 2005, por Laurel Hallman, ministra principal de la Primera Iglesia Unitaria de Dallas, Texas]

En una ocasión un miembro de mi congregación dijo que para él resultaba más fácil darse a conocer como gay [salir del clóset], de lo que le era darse a conocer como unitario universalista (UU) en Texas. Entiendo que es díficil hacer cualquiera de las dos cosas —ya sea darse a conocer como gay, o darse a conocer como UU— pero el día de hoy quiero hablar sobre lo que significa darse a conocer como unitario universalista aquí en Texas, y tal vez hablar un poco sobre lo que podría significar en donde vives.

La gente de mi congregación teme hablar en su trabajo sobre a qué iglesia concurren. Temen ser etiquetados como marginales. Como no-salvos. Como simpatizantes demócratas.

Nuestra iglesia es un refugio para quienes sienten que no hay nadie más como ellos en ninguna parte. Están solos sin la iglesia.

Frecuentemente la gente viene (y quiero decir que con gran frecuencia), llega a nuestra iglesia y llora. Lloran de alivio al constatar que hay más gente como ellos. Que se aproximan a la religión de las maneras en que habían soñado, pero que no sabían que sí existían. Lloran. Pues es difícil estar allá afuera.

Así que, podrías decir, "Pertenezco a la Iglesia de la Mayor Fraternidad (CLF). No pertenezco a tu gran iglesia en medio de la ciudad. No cuento con una red organizada de gente que sea implacable en su seguimiento de los asuntos políticos de actualidad. Cuento sólo con mis propios medios. Por eso estoy aquí."

Lo sé. Pero quería decir todo eso porque pienso que hemos entrado a una época diferente. Ya no tienen que estar solos. Todo es diferente ahora. Debido a un factor. La Internet.

Permítanme tomarme un momento para contarles algo que acabamos de hacer en la campaña Dallas/Fort Worth Metroplex People Campaign, en la que llegamos a 60 mil hogares con una llamada telefónica sobre nuestra fe, en el que les platicábamos sobre el servicio dominical en la congregación. Se les invitaba a oprimir #1 si querían hablar con un voluntario. Logramos conectar a la gente en sus casas con un maravilloso y admirable sistema que los comunicaba con uno de nuestros miembros.

Y esto es lo que sucedió. La gente que oprimió #1, habló con uno de nuestros voluntarios —tal vez contigo o conmigo. Y la gente les reclamó airadamente. No hacían preguntas sobre nuestra fe. Les decían a los voluntarios que se iban a ir al infierno. O simplemente manifestaban su ira por que haber recibido la llamada.

Nos lastimó profundamente. Nos dolió. Fue una decepción. Obtuvimos algunas respuestas positivas. Pero nada cercano a lo que esperábamos. Quedamos desanimados.

Tal vez alguno de ustedes podía haberlo previsto. Pero a nosotros nos sorprendió. Y entonces tuve una idea. OK. Alguna gente colgó. Algunos oprimieron #1 para quejarse. Algunos trataron de salvar nuestras almas. Otra persona dijo, "No gracias. No soy cristiano", y colgó antes de que nuestro voluntario pudiese decir "Pero..."

Tuve una devolución más sobre esto cuando recibí un correo electrónico de una mujer de mi congregación. Parece que su jefe y algunos otros empleados platicaban informalmente, y el jefe dijo, "Recibí una llamada de una ministra unitaria que me invitaba a su servicio. Pero claro que no iré, puesto que no es más que una una fachada del Partido Demócrata". Mi amiga le dijo que yo era su ministra. Aunque, en sus palabras, "ya no dije mucho más".

¡Ajá! Pensé. Ella se dio a conocer. No mucho. Pero lo suficiente. Se dio a conocer como unitaria universalista

Fue en ese momento en el que me di cuenta de que nos habíamos enfocado en el realmente pequeño número de contactos fallidos. ¿Y qué hay de las otras 50,400 llamadas? ¿Qué hay de la gente que escuchó nuestro mensaje y no oprimió el #1? ¿Qué hay de quienes tal vez no lo pensaron mucho, pero escucharon nuestro nombre? ¿Y qué hay de quienes —digamos hipotéticamente— unos 25 mil que se habrán quedado pensando "Hmmm"?

Y luego tal vez escuchen nuestro anuncio de servicio público en la emisora cultural pública local, Public Broadcasting Station. O que lean un artículo positivo en el diario Star-Telegram aquí en Ft. Worth .

Y no sólo eso. ¿Y qué hay de aquellos unitarios universalistas que se han dado a conocer como tales debido a las llamadas de la campaña?

Para el fin de la semana estaba emocionada de lo que habíamos hecho. Por lo menos, algunos de nosotros nos dimos a conocer como UU. Y esto puede ser difícil. Podría producir reacciones. Podría sorprender a algunos —pero, ¿saben qué?, ya es hora.

Es hora de que nos volvamos emprendedores. Es hora de que nos volvamos evangelistas [es decir, que 'llevemos la buena nueva'. N del T]. De que consideremos otra palabra para 'darnos a conocer'. Es hora de que dejemos de ocultarnos —incluso aunque sepamos que en los pueblos pequeños de todo el mundo seamos los únicos, o los únicos dos o tres UU ahí.

Y quién sabe. Desde Boston surgió esta idea de tener una iglesia para gente que no cuenta con una —una forma de alcanzar a la gente a través del teléfono y del correo, a quienes no contaban con sermones, con comunidades de apoyo, con ministros a quienes acudir— desde Boston, alguien tuvo la idea de que la CLF podría ser una iglesia en línea. Y así nuestros miembros que estaban aislados por el mundo ya no tendrían que seguir aislados. Ellos podrían colaborar en proyectos; podrían apoyarse mutuamente, uno a uno, podrían comenzar a darse a conocer en sus pueblos y ciudades. Podrían compartir sus experiencias, y ofrecerse mutuo consuelo cuando no les fuera bien. Nuestros voluntarios en Texas necesitaron mucho apoyo. Algunos intentaron el evangelismo y salieron lastimados —es duro hacer solos esta labor. Pero ahora no tenemos que seguir así. Es divertido reunirse en la Asamblea General y en las otras actividades regionales. Es importante vernos los unos a los otros, al menos en esta reunión anual.

Pero la Iglesia de la Mayor Fraternidad (CLF) —en su servicio virtual— ahora hace lo que muchos de nosotros sobre el terreno y desde nuestros edificios no habíamos logrado: alcanzar a gente que no imaginaba una fe como la nuestra, o que nunca había visto cómo funciona una fe como la nuestra —gente de todo el mundo que no teme darse a conocer como UU pues se siente apoyada, vinculada y animada a hacerlo por su comunidad virtual. Y cuando alguien "oprime #1" e intenta salvarlos, contarán con su propia comunidad de apoyo para reconfortarlos y ayudarlos a volver a obtener su equilibrio y reafirmar su identidad.

Es duro el mundo de afuera. De muchas maneras es hostil. Lo sé. No lo subestimo. Pero si suficientes de nosotros pueden revelerse como UU, pienso que la gente —incluso la más aislada— podría tener la oportunidad de encontrarnos. Y de transformar sus vidas debido a ello.

Si no se han dado a conocer en su localidad, este es el momento. No les prometo un lecho de rosas. Asegúrense de contar con el apoyo de sus amigos de la Iglesia de la Mayor Fraternidad (CLF). Pues lo necesitarán. Pero no están solos. Y juntos con la CLF, podrán organizar una congregación tan sobresaliente y espabilada como cualquiera que haya yo conocido. Pueden servir de guías los unos a los otros. Pueden ser tan emprendedores y poderosos como quieran serlo. Pueden crear el mundo con el que sueñan justo aquí y ahora. http://clf.uua.org suena como a eso. Es el sonido de la esperanza.

Versión MP3 en inglés

viernes, 1 de febrero de 2008

¿Qué es, a fin de cuentas, la espiritualidad?

Quest/CLF, Marzo de 2001
Trad (Fco. J. Lagunes Gaitán)

Por Peter Morales, ministro de la Iglesia Unitaria Jefferson de Golden, Colorado


Hace algunos años recuerdo haberme quedado, luego del servicio dominical, para una reunión informal junto con otras personas que queríamos saber más sobre la Iglesia Unitaria. Habíamos asistido algunas veces, y teníamos la suficiente curiosidad como para querer saber más sobre esta iglesia unitaria universalista en Oregon. Luego de la hora del café, nos dirigimos a la Sala de la Chimenea, justo afuera del santuario. La rara distribución de las sillas gastadas tenía más la forma de un frijol que de un círculo. El ministro estaba ahí, y también el coordinador del comité de membresía. Éramos unos 6 u 8 los visitantes y llevábamos tazas de te o café. Al dar inicio la conversación, una mujer del comité de membresía nos invitó a que cada uno de nosotros dijéramos quiénes éramos y compartiéramos algo sobre nuestra jornada espiritual personal. "¿Nuestra qué?", pensé para mí mismo. ¿Jornada espiritual? ¿Qué carambas significa eso? Por fortuna, algún extrovertido animado se apuntó enseguida y contó algo familiar sobre su estrecha crianza religiosa temprana, sobre su rechazo del dogma al crecer, y así sucesivamente. Para cuando me tocó mi turno recuerdo haber murmurado algo similar. No me gustaba ser el centro de la atención. Hablé brevemente sobre mi entrenamiento religioso temprano y cómo mi vida adulta había discurrido lejos de las garras de la religión organizada.

Todo era verdad, y todo era una mentira. Me di cuenta de cómo esa historia, aunque precisa en cuanto a los hechos, revelaba tan poco sobre quién soy, sobre cómo me veo en relación al cosmos asombroso que habitamos, sobre las cosas que me hacen reír o que me llevan a las lágrimas. Mi historia esa mañana no decía nada sobre las experiencias religiosas que me han transformado fundamentalmente. No dije nada sobre lo que tengo por sagrado, sobre aquello por lo que estoy dispuesto a vivir, e incluso sacrificarme.

Pero entonces, ¿qué experiencias son parte de mi jornada espiritual? ¿Qué experiencias no lo son? ¿Qué hace más probable que experimentemos como espiritual escuchar el Requiem de Mozart que la música ambiental de fondo que ponen en Wal-Mart, y otras así? ¿Qué hace que un retiro religioso sea más sagrado que quedarse atorado en el tráfico? ¿Qué hace que leer poesía sea más santo que buscar el teléfono del dentista en las páginas amarillas? ¿Puede el baile ser una experiencia espiritual? ¿Y la pintura, la jardinería, hacer el amor? ¿Y qué hay de escribir código de computadora? ¿Y de escribir una carta? ¿Y de cocinar la cena? ¿Y de comerse un durazno? ¿Qué hace que una experiencia sea espiritual, en qué consiste? ¿Acaso hay experiencias espirituales reales, y otras falsas? La semana pasada alguien dejó una carta de siete páginas a renglón seguido aquí, en mi casillero de la oficina. No estaba firmada, excepto por una nota manuscrita pegada afuera que decía "Regresé". La carta hablaba, entre otras cosas, de una experiencia 'espiritual', de la experiencia de 'canalizar' a Jesús ['Canalizar' es el proceso por medio del cual un individuo (el 'canalizador') afirma haber sido invadido por una entidad espiritual que hablaría a través del 'canalizador'. N del T]. Luego hablaba de las maldades de los antiguos faraones y sus modernos descendientes, de los sólidos platónicos, y de que el cielo podría alcanzarse a través de un vórtice en la Nebulosa de Orión. Quien eso escribió parece sentir una profunda conexión con Dios y con la Verdad. Veo ahí la evidencia de una mente perturbada y confusa. La carta me recordó otras cartas preocupantes que recibí, de vez en vez, cuando trabajé como editor de un periódico. También me recordó las docenas de almas que he visto gritar sus mensajes religiosos apremiantes a transeúntes indiferentes. ¿Son espirituales sus experiencias? Me estremece pensar en esas jornadas. Pienso en la joven que visité en el pabellón siquiátrico. durante mis prácticas como capellán. Ella estaba segura de que Dios le decía que se matara. Escuchaba la voz de Dios claramente. Podía citar la escritura. Aunque, tristemente, pertenecía a una congregación en la que el 'líder espiritual' le dijo que no necesitaba tomar sus medicamentos [anti sicóticos].

Esta no es una cuestión trivial, especialmente para una comunidad religiosa.

Uno de nuestros siete principios, el tercero, habla del "estimulo para el crecimiento espiritual en nuestras congregaciones" ¿Cómo decidimos qué es lo que nos conduce hacia tal crecimiento? ¿Cómo saber si hemos crecido espiritualmente? ¿Puede alguien encoger o inhibir la espiritualidad? Visita cualquier librería. Necesitarías un camión para llevarte a casa cada libro de espiritualidad. Es un gran negocio. En nuestras propias iglesias tenemos a quienes quieren más espiritualidad, y también a quienes se sienten perturbados por lo que piensan que esto pueda significar. Hay una gran confusión a este respecto. En este sermón quiero presentar mi propia visión de todo esto. He de admitir, de entrada, que llego al tema de la espiritualidad con una combinación de la curiosidad ansiosa del buscador con la cautela del escéptico. Creo que la religión debe ser algo más que sólo estar en lo correcto. La religión y la espiritualidad no son búsquedas fundamentalmente intelectuales. Estoy convencido de que un sentido de reverencia respetuosa, misterio, belleza, e intensidad es central para la vida religiosa. Hay algo en nosotros que anhela una experiencia transformadora, de serenidad, de gozo profundo que proviene de la conexión con algo sagrado, algo mucho más allá que lo mundano y lo pequeño. Es posible reprimir y negar ese anhelo, pero no puede ser eliminado.

Al reflexionar sobre mi propia individualidad, pienso en mi más profundo y más perdurable sentido de quién soy y cómo esta parte profunda de mí mismo, mi YO real, se relaciona con el mundo. Para mí, la espiritualidad es más que un sentimiento o una opinión. Debido a esto, resulta endemoniadamente difícil ponerlo en palabras. Las palabras ocupan una parte demasiado pequeña de nuestros cerebros como para jamás expresar plenamente la compleción, la integración, que está en el núcleo de lo que llamo espiritualidad. Desde luego, la palabra es desdichadamente inadecuada. Lo que llamo espiritualidad implica todo lo que soy —mi corazón, mi cabeza, mi cuerpo, mi atención. Hay una integridad y armonía maravillosa que tiene que ver con este estado que llamo espiritual. Hay una dulce serenidad, un sentido de pertenencia, de entrega, de claridad, de alegría, de paz, de estar vivos (la raíz de la palabra espiritual es, después de todo, la misma palabra para aliento o soplo). Una espiritualidad digna de ese nombre implica una conciencia profunda. Es ese sentido de apertura profunda y de despertar en la tradición budista. Una espiritualidad verdadera también implica todo lo que somos. Incluye nuestro intelecto, nuestras emociones, nuestros sentidos. Es el estremecimiento agridulce de una noche invernal límpida, de un ocaso amarillo, del aire salado en la playa. Es quedarse contemplando los cielos, poseídos de un temor reverente. Es la música que pasa sobre nosotros, una música que sentimos, tanto como la escuchamos. Es cantar juntos. Es el abrazo de amante, es el apretón de una mano infantil. Es el sabor del agua de montaña, del vino, del chocolate. La espiritualidad es sensual. La espiritualidad también es una elegante prueba matemática, el nuevo entendimiento ganado en un experimento científico. Es el grito de gozo en una reunión, reír en compañía de buenos amigos, estar presente en el nacimiento y en la muerte. Es sentirse amados y ser amorosos.

Finalmente, mi espiritualidad es mi estar plenamente vivo. No es mi vida espiritual, es mi vida. Toda ella. Es tu vida, toda ella. Toda reunida de manera que todas las piezas embonen finalmente. Puesto que el lenguaje es inherentemente inadecuado para expresar esta experiencia, tú y yo probablemente escogeremos palabras diferentes. Sospecho, sin embargo, que al hablar de espiritualidad hablamos del mismo sentimiento, del sentido de estar plenamente vivos, plenamente concientes, y plenamente vinculados. Es un sentido de SÍ, de un anhelo de gritar enfáticamente "sí" a la vida, de dar y recibir amor, de pertenencia, de conocer de una manera directa e intuitiva.

Mientras que me es imposible describir lo que llamo una espiritualidad verdadera, creo que es más fácil describir lo que no es la espiritualidad. Para mí, la espiritualidad no es sobrenatural. Desde luego, para mí, lo sobrenatural degrada lo natural, crea una oposición que contradice mi sentido de lo espiritual. Una verdadera espiritualidad no me pide negar una parte de lo que soy. No me pide dar la espalda a todo lo que nuestra especie ha aprendido en los últimos miles de años. Una espiritualidad verdadera no se echa para atrás ante los descubrimientos del ADN y lo que hemos visto a través del Telescopio Espacial Hubble; se regocija con lo que la ciencia enseña y anhela aprender más. La espiritualidad no me pide creer lo increíble, no me pide la amputación de una parte de mí mismo como precio de admisión. Este es el problema con los dogmas de demasiadas fes, piden a la gente que sólo traiga consigo una parte de sí mismos. De manera similar, mi espiritualidad no puede separarse de mi cuerpo. No puedo aceptar la noción de un 'reino espiritual'. No creo que la espiritualidad implique una experiencia extracorporal. Justo lo opuesto, una verdadera espiritualidad incluye a mi cuerpo y no descarta ni degrada lo físico. Quiero llevar mi cuerpo conmigo a lo largo de mi jornada espiritual. Y, lo subrayo e insisto en ello: la espiritualidad no es una mera autocomplacencia o autoindulgencia narcisista, ni ocuparse sólo de uno mismo. No es un escapismo. Nuestra vida espiritual no es una vacación emocional de escapada, en la que nos marcháramos o nos desentendiéramos de nuestras vidas.

La espiritualidad, creo yo, debería ser lo opuesto al escape. Esta es la enseñanza de todas las grandes tradiciones religiosas. El crecimiento espiritual proviene de un encuentro profundo y honesto con la realidad y con lo que realmente importa. En ese sentido, la espiritualidad simultáneamente nos consuela y nos desafía. Nuestra más profunda conciencia de quiénes somos y de lo que de verdad importa nos impone algunas exigencias. Afecta todo lo que hacemos.

Nuestro tercer principio declara que deseamos promover el crecimiento espiritual. ¿Cómo hemos de hacer eso? ¿Debería iniciarme en una práctica de meditación? ¿Debería tomar algún curso de lectura de escrituras sagradas? ¿Debería unirme a un grupo de apoyo? ¿Debería trabajar junto con otros por la justicia y la compasión? Creo que necesitamos diferentes prácticas y que cada uno de nosotros necesitamos diferentes prácticas en diferentes momentos de nuestras vidas. En mi propia vida, la disciplina de aprender y pensar fue liberadora cuando era joven. Me liberó de los grilletes de la negación dogmática y supersticiosa del fundamentalismo. Fui bueno en las tareas académicas, por lo que la palabra y el intelecto se convirtieron para mí en un lugar cómodo.

Pero lo que una vez fue una fuente de liberación puede convertirse en una nueva prisión. Para cada uno de nosotros las fortalezas pueden fácilmente convertirse en debilidades. En mi propia vida he necesitado ir más allá de lo cognitivo, más allá de lo intelectual. No tanto, espero, como para abandonar los dones y los gozos del aprendizaje, sino para buscar algún equilibrio. Encuentro renovación en actividades que no son verbales: caminatas que refrescan mi sentido de la belleza natural, la música que me lleva en una jornada de armonía y pasión, el ritual de preparar una cena para mi familia. Pero tú y yo estamos en lugares diferentes y necesitamos diferentes cosas para ayudarnos a crecer y fortalecernos. Algunos de ustedes viven solos y ansían más contacto humano, ansían el placer de las palabras que comuniquen realmente, para conversar con amigos.

Muy en lo profundo, cuando estamos en calma y somos honestos, claros y abiertos, tú y yo sabemos que necesitamos una práctica religiosa. Lo sabemos porque tenemos anhelos. Debemos ponernos en contacto con los anhelos en nuestros corazones y escuchar a estos anhelos. Ese sentido de que falta algo, de lo que anhelamos llegar a ser, es un sabio guía espiritual. Debemos aprender a escuchar esa tranquila vocecilla que nos llama a ir hacia delante.

Jesús dijo que podemos conocer un árbol por sus frutos: un buen árbol produce buenos frutos. Si miramos a Jesús, al buda, a Mahoma, a Gandhi, a Martin Luther King, a Susan B. Anthony, a Thich Nhat Hahn, vemos un patrón. Una espiritualidad profunda no nos aleja del mundo; nos ayuda a implicarnos en el mundo. La espiritualidad tiene sus frutos. Si mi práctica espiritual me conduce a una vida de de ver telenovelas, ingerir comida chatarra, y preocuparme por la vida amorosa de la gente de Hollywood, tal vez necesite una nueva práctica. Si mi práctica espiritual no me cambia, necesito una nueva práctica. No podemos separar la vida espiritual profunda de lo que hacemos todos los días, de quiénes somos, de como nos tratamos los unos a los otros, de cómo tratamos a los colegas en el trabajo o en la escuela.

Sugiero que mi espiritualidad, mi crecimiento espiritual, no puede medirse por cuánto puedo quedarme meditando sentado en un cojín. La meditación en posición sedente es una práctica que puede obrar maravillas. Pero no cambia por sí misma la forma en que conduzco el resto de mi vida, es el equivalente moral y espiritual de jugar solitario. Hay una vinculación profunda, debe haber una vinculación profunda, entre nuestra espiritualidad y la manera en que nos movemos en el mundo. Nuestra religión debería surgir naturalmente de nuestra más profunda experiencia, de nuestro más profundo sentido de lo que es sagrado y bueno en la vida.

Esto es lo que quise decir cuando sugerí antes que la experiencia espiritual puede resultar perturbadora, incluso aterradora. Una verdadera espiritualidad resulta naturalmente de echar una mirada a toda nuestra vida, a todo lo que hacemos. La espiritualidad no es un estilo de vida; implica imaginar lo que la vida puede ser y luego permitir que esa visión guíe toda nuestra vida. En el mejor de los casos, nos convertimos en nuestra espiritualidad. Nuestras vidas son expresiones de nuestro crecimiento espiritual.

Tal vez la pregunta, '¿Qué es la espiritualidad?' sea la pregunta equivocada. He llegado a creer que la espiritualidad no es un 'qué'. Es más un 'cómo'. La espiritualidad tiene que ver con cómo percibo, cómo siento, y cómo actúo. Tiene que ver con la calidad de mi vida, de tu vida, y de nuestras vidas juntos.





















Peter Morales: ¿Qué es, a fin de cuentas, la espiritualidad?