Trad (Fco. J. Lagunes Gaitán)
Por Lynn Ungar, ministra de aprendizaje a lo largo de la vida, Iglesia de la Fraternidad Mayor
En el sermón de portada de este número de Quest, los ministros unitarios universalistas Janne y Rob Eller-Isaacs hablan sobre la importancia de tener una práctica espiritual en sus vidas. De alguna manera, una “práctica espiritual” no suena necesariamente como algo particularmente divertido. Practicar un instrumento o un deporte puede ser divertido —pero no siempre lo es, y practicar, digamos, las multiplicaciones, resulta bastante aburrido para casi todos. ¿Y qué es eso de una práctica espiritual, en todo caso? ¿Puedes realmente practicar eso de ser espiritual, o es algo que simplemente sucede, como cuando miras las estrellas por la noche, y de repente te abruma un sentimiento de tu propia pequeñez en al gran universo?
Bueno, es una cuestión de hecho, las religiones de todo el mundo han promovido que la gente participe en prácticas espirituales. Y resulta que, igual como los ejercicios de estiramiento y fuerza te ayudan a ser un mejor atleta, las prácticas espirituales pueden ayudarte a sentirte mas centrado, más conciente de tu vinculación con otras personas y con el universo, más presente en el momento que vives en vez de preocuparte por lo que ha sucedido antes o por lo que podría suceder luego. la religión hindú usa el yoga, una combinación de posiciones corporales y respiración diseñada para estirar tus músculos espirituales de la misma manera que los físicos. La religión budista usa la meditación Zen, forma de sentarse tranquilamente, para liberarse de pensamientos y de abrir el corazón y el espíritu a lo presente. El judaísmo y el Islam tienen momentos de reservados durante el día en los que se espera que la gente de esas religiones ore, para agradecer los dones del mundo y recordar que todo lo que tenemos y somos proviene de algo mayor que nosotros mismos. Algunas religiones usan el ayuno, o el baile, el canto, e incluso girar sobre el propio eje del cuerpo como prácticas espirituales, medios que ayudan a las personas que los usan a estar en contacto con la “tranquila, vocecilla” [alusión a la voz de la conciencia] dentro de ellos.
Pero con tantas prácticas espirituales diferentes, ¿cómo pueden las personas saber cuál sería mejor para ellos, la más apropiada? Bueno, permíteme decírtelo, no es necesariamente fácil. Quizás mientras puedas recordar que tu familia decía plegarias a la hora de dormir, o que miraban los pájaros en el alimentador mientras tomabas tu cereal del desayuno, o al compartir aquello en lo que cada uno era mejor, o que salían a trotar juntos diariamente, y tu práctica espiritual sea precisamente algo con lo que naciste. Tal vez hayas decidido hace mucho tiempo escribir un diario, y realmente hayas logrado imponerte dejar un cierto tiempo diariamente para escribir, sin embargo tu práctica espiritual se ha vuelto más significativa entre más tiempo la hayas ejercido. Tal vez una amistad te invitó a una clase de yoga, y simplemente te tropezaste con algo que te pareció correcto, algo que querías hacer una y otra vez. Quizá tienes un rincón favorito debajo de un árbol —o arriba de sus ramas— en el que te sientas tranquilamente. O tal vez sientas que desearías tener una práctica espiritual, pero no te ha resultado apropiado nada de lo que has intentado.
Tan sólo recuerda que tu práctica espiritual no tiene que por qué ser la misma que la de nadie más. Me pondré de ejemplo. He intentado muchas prácticas espirituales a lo largo de los años, Y sé que mi alma se alimenta con el canto, la poesía y la oración. Pero en lo que reside actualmente mi práctica espiritual actualmente es en bailar tap. Sí, el baile de tap.
Mira, lo que descubrí hace unos pocos años, cuando aprendí a bailar tap, es que no se puede bailar tap y pensar al mismo tiempo en ninguna otra cosa. Simplemente no se puede. La gente pasa años en el aprendizaje de la meditación Zen para aprender a liberarse de la “mente de mono” que charla y cotillea todo el día —la que te dice lo que necesitas hacer, cómo debes ser y que llena tu cerebro con trocitos de irrelevancias tomadas al azar. Aprenden a respirar y a contar “uno”, a respirar y contar “dos”, una y otra vez hasta que la mente queda en tranquilo silencio. Eso es genial. Pero a mí me gusta contar “y-uno y-dos y-tres y-cuatro y-cinco y-seis y-siete y-ocho”, al ritmo del movimiento de mis pies sobre el suelo. me gusta escuchar los ritmos en los compases, sentir la manera en que el baile se mueve dentro de la música. Me gusta dejar la pista de baile sudorosa, cansada y enfocada, así como me gusta la manera en que he aprendido a encontrar música en los ritmos cotidianos como en el sonido de los limpiadores del parabrisas y el clic del indicador de una señal direccional de vuelta. Me gusta que, mientras espero en la fila de la tienda de ultramarinos, en vez de aburrirme o sentirme frustrada mis pies se empiezan a mover: “y-uno y-dos y-tres y-cuatro y-cinco y-seis y-siete y-ocho”, haciéndome recordar quién soy realmente —no solamente una persona al azar atorada en tediosas ocupaciones, sino alguien que encuentra una manera de bailar ante los ritmos complejos de la vida.
Ahora que, sé que bailar tap no es para todo el mundo, pero sospecho que toda la gente de cualquier edad podría encontrar algo que valga la pena hacer, así sea por unos cuantos minutos diariamente, que pueda sosegar sus mentes, abrir sus corazones y espíritus, y ayudarlos a utilizar algo más profundo que la “mente de mono” de la vida diaria.
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