miércoles, 30 de enero de 2008

Cápsulas de tiempo (De Tu Ministra)

Quest/CLF, Noviembre de 2007
Trad (Fco. J. Lagunes Gaitán)

Por Jane Rzepka, ministra principal, Iglesia de la Fraternidad Mayor

RzepkaCuando Papá estaba en la secundaria, construyó una caja colorida del tamaño de una caja de zapatos. En esa caja puso sus tesoros. Y luego compró un candado y la cerró, con el voto solmene de no abrirla en 25 años. Recuerdo la caja desde los días en que era joven, oculta bajo las escaleras del sótano, a la espera, a la espera.

Los últimos años fueron los más largos, pero llegó el momento, y como de milagro, Papa todavía sabía dónde estaba la llave. Lo que ya no sabía era qué había en la caja. Estaba tan cautivado por la curiosidad como cualquiera de nosotros cuando Mamá y nosotros los niños nos reunimos para abrirla. Libros de comics, y postales ilustradas con imágenes de barcos. Canicas. Una brújula. Las cartas del campamento requirieron algún descifrado, y el libro del Código Morse y los anzuelos para pescar requirieron alguna explicación, todo con un buen efecto. Varios nudos de marinero muy cuidadosamente hechos estaban en la caja, y un palo tallado, y piezas metálicas de ajedrez. Familiarizarse con Papá-el-niño fue excelente. Y lo que fue incluso más espléndido fue la noción de mi padre que se enviaba un mensaje a sí mismo, que anunciaba lo que le parecía importante —en su propia cápsula de tiempo.

Este es el meollo de la cuestión de las cápsula de tiempo.

De acuerdo a un artículo que leí hace algunos años en la revista The Atlantic Monthly, la gente de Wilkinsburg, Pennsylvania decidió para conmemorar el centenario de su comunidad, que los contenidos de una cápsula de tiempo enterrada 25 años antes serían abiertos. No parecía haber documentación sobre su localización exacta, pero Harold J. Ake de 87 años , conocido como “Chick”, parecía recordar que algo se había enterrado bajo unas flores “allí abajo, frente a la estación del tren”. Un día de cavar no produjo resultados. Y está registrado que Chick Ake fue a su casa y escribió lo siguiente en su diario: “¡Oh, bien!”

Pienso que está bien. Creo que Chick Ake estuvo en lo correcto cuando respondió con la exclamación, “¡Oh, bien!” Pues como el autor del artículo señala, el sociólogo Albert Bergesen, la cápsula de tiempo de Wilkinsburg había sido probablemente llenada con ese propósito. Podría no haber sido un mensaje de una generación a la siguiente, sino que la cápsula era lo que sin duda debía ser: un mensaje de una generación para sí misma.

En mi crianza unitaria, siempre se me dijo que la religión se enfoca en “el aquí y el ahora”. Esto hace del unitarismo universalista justo la clase correcta de religión para enviar una cápsula de tiempo aquí y ahora —portando, como Bergesen sugiere, un mensaje de una generación hacia sí misma. Después de todo, puedes comprar cápsulas de tiempo de aluminio (en acabado mate o satinado) listas para ser usadas —todo lo que tienes que hacer es poner sus contenidos.

Lo que es tan fácil. Los comentadores de las cápsulas de tiempo son unos críticos crueles; se sienten decepcionados al desenterrar una cápsula para sólo encontrar itinerarios viejos de ferrocarriles, pelotas de golf, reglas de cálculo, rollos con noticieros cinematográficos, y tal vez un sombrero. ¿Cuál es el mensaje en una colección semejante?

El ejercicio apropiado es obvio, aunque no por ello es más fácil. Como unitarios universalistas, ¿qué es lo que valoramos más? ¿Qué objetos reflejan estos valores? ¿Con qué llenaremos, digamos, un volumen de unos 48 litros para que quede de manifiesto nuestro trabajo y nuestras esperanzas como gente religiosa? ¿Qué tenemos que decirnos a nosotros mismos?

¡Parece que acabo de formular una pregunta que no puedo responder yo misma! Facilitémoslo. ¿Y qué tal si emprendiéramos este proyecto desde la perspectiva del día de Acción de Gracias? ¿Qué nos alegra?

Yo misma, buscaría un pequeño globo terráqueo para ponerlo en la cápsula, creo, y una fotografía de mucha gente —de toda clase de gente— lo que incluye, desde luego, a mi familia y amigos. Y réplicas de alguna plantita y de diferentes animales —comunes y estrafalarios— emplumados, rastreros, brincadores, y algunos con escamas y grandes ojotes. Empezaría por encontrar el poema más profundo que pudiera, o un escrito sagrado. Tal vez algo muy elegante, y estrafalariamente chistoso también. Incluiría una nota de amor. Para principiantes.

Si quedara finalmente algún litro en la cápsula de tiempo, sería importante incluir un mensaje breve, un sumario, para el caso de que los valores reflejados en la aglomeración no fuesen suficientemente claros. Algunas pocas buenas y sentidas líneas sobre cuán agradecidos estamos por la vida misma y todo lo que nos es querido —junto con las líneas que uno podría decir cuando las personas amadas se unen alrededor de la mesa del Día de Gracias.

La versión de secundaria de Papá tenía el impulso, aunque quizás no la madurez, para encapsular lo más precioso para no perderle la pista conforme se fuera desplegando un futuro todavía inimaginable. Grande como la caja que yació bajo las escaleras todo este tiempo, Papá realmente no la necesitaba —él siempre supo lo que valoraba. si la caja hubiese desaparecido en esos años, pienso que habría dicho, “¡Oh, bien!”, con el conocimiento cierto de que había recibido el mensaje para sí mismo sobre el conocimiento de los tesoros de la vida.

Después de todo, ese es el meollo de la cuestión de las cápsulas de tiempo. Y de manifestar nuestro agradecimiento.


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